Julio

Un balde como mochila donde llevaba: un polo sucio, una chaqueta rota y una botella con caña y gaseosa.
A parte de su extraña apariencia, sucio, maloliente, apurado y turista.
Julio caminaba por las angostas calles de la ciudad de Huánuco, dirigiéndose al faro "San Sebastián", donde cada viajero/a que llegaba preguntaba:
- Mamichay, ¿dónde hay un buen semáforo para hacer malabares? y le respondía:
- Puente San Sebastián, papá.
Ese semáforo estaba al lado de un caudaloso río, donde habitaban muchos mosquitos, por lo cual era recomendable jugar con pantalón. Y dónde también había madrugadores pasteleros.
Julio caminaba distraído, apurado, buscando tres palos firmes para convertirlos mágicamente en clavas (juguetes de malabar) hasta que se encontró conmigo.

Agosto del 2015, ¡qué pesadilla!, escapaba del rechazo de una mujer.
- Ángela, no quiero tener nada contigo, ¿me entiendes?
En mi cara, mirándome a los ojos sin parpadear y mi corazón al ritmo de corcheas.
Me fui, cogí mi mochila, unos cuantos juguetes, un cuaderno para torturarme y me fui.
Esperaba por mí, una aventura, muchos amigos, algún beso, quizá…
Escapaba de la realidad, de no poder acercarme un poquito a ella, de pasar por las mismas calles y reconocer sus huellas, de toda esa mierda.

Camiones amigos, muña y plátano me acompañaron en el viaje de 12hrs.
- Amiguita, ya estamos en Huánuco.
- (despertando) muchas gracias señor.

Mientras pensaba en cuánto pesaba mi mochila, mis ojos y mi vida, me dirigía al mercado en busca de la riquísima mazamorra morada de tocosh a tan solo un sol con todo y yapa.
Nunca llegué a comer el tocosh, porque al rato me topé con Julio.
Los malabaristas se reconocen de lejos.

- Hey, ¿vos también vas pal faro?
- Sí, ¿vamos? (sin pensar en que fuese un asesino),
 ¿Y qué tal?, ¿de dónde eres?
- Córdova, Argentina, ¿y vo?
- Yo soy de Chiclayo – Perú.
- Yo soy Julio, ¿vo? (acercándome su mano grande y sucia).
- Ángela (entregándole mi mano con pequeñas y mal mordidas uñas).
- Yo estoy buscando tres palos para hacerles clavas – me dijo.
- (Me reí mientras ayudaba a buscar los palos) y ¿cómo estás?
- Bien, bien, eh, vite que…
(Mientras él decía eso, me reía por dentro porque me di cuenta que él solo decía: eeeeeh vite queee).
- ¿Qué bebes? –pregunté.
- Caña, ¿querés?
- No, gracias.

Llegamos al faro más luquero de Huánuco, puente San Sebastián y él me dijo:
- Hey, ¿te podés quedar parada?
- (intentando entender la pregunta), ¿ya, cómo?
- Mirá, vos te quedás parada acá y yo voy a ir atrás.
- ¿Cómo?
- Vos te quedás parada, yo voy hacia atrás y regreso corriendo y te paso por encima, ¿entendes?
- (me reí), ¡estás loco, no voy hacer eso!
- ¡Dale, vo!
- ¡Ya! – (pensando en qué es lo peor que me podría pasar)
Él retrocedió, y mientras se escuchaban sus pasos, estuve con una gran sonrisa pero muy asustada hasta que él saltó por encima y cayó muy bien parado.
- ¡Bravo! – grité riéndome.
Él estuvo muy contento también, luego me miró y sonrió, al rato vi que su rostro cambiaba y me estaba mirando muy intenso, como si quisiera besarme y le dije:
- Hey loco, voy por tocosh.
- Yo voy por caña – contestó.
Cogió su balde y se fue  con una gran sonrisa y una mirada distraída.
Lo miré yéndose mientras acomodaba mis cosas en el suelo.
- Qué loco ese tío – pensé.
Yo seguía pensando en ella, pero al mismo tiempo disfrutaba del río y sus fastidiosos mosquitos, de la soledad y de la buena gente de Huánuco.

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